El otro día, mientras navegaba en los infinitos posts de Instagram, leí uno que captó de inmediato mi atención, “La realidad es lo que sucede entre dormir e internet”. Leí y releí estas diez palabras, hasta que mi celular se apagó, pues tenía 2% de carga en ese instante y no dejé de pensar en su profundo significado por el resto del día. Yo, a diferencia de las demás 345 personas que habían comentado al instante, le vi un significado profundo e incluso aterrorizante, a aquello que para otros no fue más que otra publicación jocosa, digna de emojis “llorando de la risa”. ¿Por qué me lo tomé de esa forma? Es triste la realidad en la que vivimos hoy en día, una realidad en la que es más importante un like que un abrazo, en la cual tiene más peso la cantidad de personas que ven tus snaps de cada fin de semana, a en realidad disfrutar el momento. Somos una sociedad dependiente de las redes sociales, aunque vivimos negándolo. ![]() Con esa simple frasecita que apareció por “casualidad” en mi popular page comencé a reflexionar en todo aquello que dejamos a un lado, de toda aquella realidad que nos estamos perdiendo, tanto lo bueno como lo no tan agradable de la misma. De qué nos sirve compartir una foto de “Pray for Paris” o “Je suis Charlie” cuando somos los primeros en reir a más no poder de aquellas bromas que hacen personas vestidas con turbantes blancos dejando mochilas en medio de una multitud, de qué nos sirve darle un corazoncito a aquellas fotos de Save the Children o Uniceff en las que se presenta a un niño en estado deplorable, cuando ignoramos a aquellos que nos pasan a diario por el costado de nuestro vehículo. Hemos llegado a un nivel de descaro e hipocresía, me incluyo no lo niego, del cual probablemente no estamos conscientes, pues creemos que hacemos el bien, que apoyamos causas nobles y que por ser parte de una discusión en los comentarios, ya estamos aportando al cambio. Pero ese efecto de Hannah Montana, esa, a veces involuntaria, doble vida, se ve reflejada también cuando somos nosotros los autores de las imágenes y videos que forman parte del feed de los demás. Cada vez que nos tomamos 400 fotos, para editar 15 y elegir aquella que se vea más perfecta, aquella digna de formar parte de nuestro perfil, no hacemos más que crear un contenido para generar me gustas, para hacer que personas, que ignoras cuando te las encuentras en el ascensor de la universidad, comenten una carita con corazones o la típica frase “¡Que lind@!”; no hay nada que nos llene de más satisfacción. Igual sucede cuando esperamos el momento de mayor euforia de una fiesta o concierto para grabar aquel esperado video, en el cual se presencia lo “bien” que la estás pasando y lo desafortunados que son aquellos que no lo están viviendo contigo; el mismo, obviamente, será compartido en Snapchat e Instagram Stories. Mi actitud puede parecer un reproche, que estoy en total desacuerdo con las redes y que deseo que alguna fuerza mayor las aniquile, pero no es así. Al contrario, soy una de la principales usuarias de ellas, encuentro que son una excelente manera para uno conocer mejor las marcas y aquellas personas a quienes le da follow, enterarse de las últimas novedades a nivel mundial y ampliar nuestros horizontes. Lo que en verdad espero termine y que con este artículo pretendo que ustedes también vean es, que en vez de stalkear una persona, deberíamos dejarnos sorprender por la misma, que primero capturemos el momento en nuestra memoria y no a través del lente de una cámara. En otras palabras, que seamos capaces de conocernos a nosotros mismos, de dejar que las cosas fluyan por su ritmo natural, ver como nuestras acciones afectan a los demás y como permanecer apegados a nuestra realidad. Retémosnos a sentir la brisa, a adimirar nuestro entorno, a vivir como lo hacían en 1964; de vez en cuando pongamos en celular en modo avión, a ver que pasa. ;) AutorIrene Rumiz.
0 Comments
Leave a Reply. |
Categories
All
Archives
July 2019
|